Que la economía está íntimamente unida al tiempo es una afirmación difícil de rebatir. Lo está si entendemos el tiempo en su extensión, puesto que “ningún economista puede negar la dimensión temporal de los hechos económicos […] De ahí que los economistas hayan tomado decisiones en torno a qué hacer con esa variable tiempo, molesta para unos y absolutamente básica para otros”, expone el periodista, escritor y economista Juan R. Cuadrado Roura, autor del libro “Política Económica”. Y, más actualmente, lo está entendiendo el tiempo en su rentabilidad, no sólo referido a las empresas en un marco macroeconómico, también a las personas en su entorno cotidiano. Muchos nos preguntamos cómo podemos invertir mejor nuestro tiempo para ganar tiempo de calidad, e invertir supone tomar decisiones que comportan un pensamiento estratégico.
De ahí que cada vez más investigadores y emprendedores estén “analizando formas innovadoras para valorar el tiempo, obteniendo nuevas herramientas e ideas para ayudar a la gente a tomar decisiones mejor pensadas”, exponía Sue Shellenbarger en su exitosa columna «Work & Family” de The Wall Street Journal. En dicha columna, Shellenbarger mencionaba un caso en concreto que nos ha llamado la atención, por estar vinculado al pago de los viajes de empresa, al igual que el sector en el cual estamos especializados en Diners Club Spain: para Uri Bram, autor del libro “Thinking Statistically”, el hecho de tener que reservar billetes aéreos es estresante cuando se debe elegir entre vuelos más baratos que llevan más tiempo u otros más costosos que lo llevarían más rápido a su destino; a menudo Bram se ha conformado con conexiones más lentas con escalas: ”voy a pasar toda la tarde volando de todos modos», pensaba Bram. Sin embargo, después de usar una calculadora para analizar el valor de su tiempo, hace poco eligió el vuelo más rápido a Europa en lugar de otro que requería una escala de dos horas, aun cuando el billete costaba 63€ más porque valoraba esas dos o tres horas ganadas, “las puedo usar para escribir otro artículo», concluyó. Y, seguramente, el beneficio económico por la realización de ese artículo fue bastante mayor que el incremento por el coste del billete, si bien su beneficio real fue el de poder realizar su viaje y el artículo en el mismo plazo en el que antes tan sólo podría haber viajado, ganando tiempo para él mismo.
Este cambio de pensamiento y actuación, como exponen Francesca Gino y Cassie Mogilner, de las Universidades de Harvard y Pennsylvania, va a desmontar la idea impuesta por Benjamin Franklin al afirmar que «el tiempo es dinero”. Una de las grandes conclusiones de sus estudios afirma que «cuando la gente piensa en dinero, actúa de forma interesada, pero no reflexiva. Por ejemplo, pensar en el dinero hace a las personas menos inclinadas a ayudar a los demás y a ser justas en sus tratos con otras personas, menos sensibles al rechazo social, y más proclives a trabajar de forma más dura para lograr sus objetivos personales”. ¿Podría ser que si en la sociedad contemporánea invertimos el enfoque de nuestra intención, de nuestro beneficio, tradicionalmente dominada por el dinero, para poner en su lugar el factor de tiempo, hagamos de este mundo un mundo un poco mejor?
Emily Oster, formada en Economía en la Universidad de Harvard y Profesora Asociada de Economía en la Universidad de Brown, aconseja a los estudiantes en sus clases universitarias de microeconomía a tener en cuenta «el coste de oportunidad» en sus decisiones sobre cómo usar el tiempo. “Al elegir usar el tiempo de cierta forma tendrán que dejar de lado otras actividades”, explica. Y añade que si contratar ayuda «le permite pasar media hora más con sus hijos o amigos, vale la pena, incluso si en principio lo podría hacer usted mismo”. Y si todos invertimos mejor nuestro tiempo el beneficio, más que económico, es personal. Y todo beneficio personal reporta satisfacción y felicidad. Y la felicidad nos hace mejores tanto en nuestro entorno personal como profesional.